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¡Deus vult! (¡Dios lo quiere!)

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Tal día como hoy, el 19 de noviembre de 1095 comenzó en Francia el Concilio de Clermont, convocado por el papa Urbano II para discutir la conveniencia de organizar la Primera Cruzada hacia Tierra Santa.

Alejo Conmeno, emperador bizantino

Hacia el final de 1094, Alejo Comneno recibió una embajada enviada desde Roma. Las relaciones entre el imperio bizantino y la iglesia ortodoxa frente a Roma habían mejorado con la presencia de Urbano II, y el emperador Alejo aceptó enviar representantes al gran concilio que se celebraría en Piacenza en marzo de 1095. Frente a cuestiones internas del Oeste de Europa (acusaciones de simonía, el adulterio del rey Felipe de Francia, el matrimonio de sacerdotes), Alejo vio una gran oportunidad para pedir ayuda contra los turcos en Anatolia. El sultanato de Rum se había desintegrado y varios emires luchaban entre sí por dominar aquella región, en vez de unirse contra el imperio bizantino. Aquel territorio podía reconquistarse. Bizancio carecía de hombres suficientes contra los seljúcidas. El Oriente cristiano necesitaba al Occidente cristiano para frenar las amenazas de los ejércitos infieles, que alcanzaban casi a las propias murallas de Constantinopla.

Urbano II, papa

Nadie quedó más impresionado que Urbano II, y decidió que Piacenza no era más que el principio. Convocó un concilio mayor y más importante para el 19 de noviembre en Clermont, duró varios días, y para el día 27 se anunció que sería una sesión abierta en la que Urbano II haría una declaración trascendental. Tan grande era la multitud que acudió a escuchar al papa, que se abandonó la catedral y el trono papal se alzó en un plataforma construida a las afueras en campo abierto. Miles le escucharon. En vez de defender la causa bizantina, apeló a salvar Jerusalén, donde los peregrinos cristianos eran robados, perseguidos y matados por los señores de los turcos. Era deber de la Cristiandad impedirlo y rescatar los lugares santos. Y quien estuviera de acuerdo y actuara así movido por la devoción, y no por ambición de riquezas o de honores, tendría la absolución y el perdón de sus pecados.

¡Jerusalén!

Miles de voces respondieron a su llamada allí mismo, con un entusiasmo que sobrepasó las expectativas del papa Urbano. Cientos de monjes, nobles y campesinos se arrodillaron ante el trono papal en mitad del campo, y juraron que ellos llevarían esa Cruz. La Primera Cruzada estaba en marcha.

Cuando el emperador Alejo se enteró de todo, quedó consternado. Bizancio ya llevaba luchando cientos de años contra el infiel; y Jerusalén, que en el pasado había sido territorio bizantino, debía ser recuperado por un ejército bizantino, no por la cristiandad en general. Ahora que podía pensar en reconquistar Anatolia, el llamamiento del papa amenazaba con miles de caballeros armados del Oeste, indisciplinados, que cruzarían las fronteras, entrarían en Bizancio y lo trastocarían todo exigiendo comida, caballos y recursos, y sin reconocer más autoridad que la Dios, y la del papa, en su camino hacia Jerusalén.

Porque Bizancio necesitaba mercenarios, no Cruzados. Para el emperador Alejo, esos miles de Cruzados que habían de llegar serían no una ayuda, sino una voraz plaga de langostas.

Para saber más:

https://www.edhasa.es/libros/89/pedro-el-ermitano-y-el-origen-de-las-cruzadas

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