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UCRANIA O EL ETERNO RETORNO, por José Soto Chica.

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Yo era soldado y tenía veintitrés años cuando llegué a Bosnia y Herzegovina. Recuerdo el trayecto del autobús que nos llevó desde un aeródromo a las afueras de Split hasta una base militar en las cercanías de Móstar: controles de carretera efectuados por milicianos, pueblos con edificios quemados o derruidos y señales de carretera y farolas acribilladas a balazos…

Luego vinieron cuatro meses de servicio en UNPROFOR, la fuerza de paz desplegada por la ONU en Bosnia y Herzegovina. Sí, recuerdo muchas cosas: un grupo de ancianos malviviendo en un sótano que chorreaba humedad; un niño croata que me explicaba llorando que la casa que había junto a la suya y que estaba quemada hasta los cimientos había sido de su amigo, un niño musulmán; la estrecha carretera de montaña en la que nos desplegamos para que comandantes musulmanes y serbios pudieran llevar a cabo negociaciones de alto el fuego y retirada de cadáveres tras recientes combates; la mirada asustada de un niño que trabajaba de informante para el ejército musulmán y que cada día se jugaba la vida entrando en la zona croata de Móstar para lograr algo de dinero con el que ahorrar lo necesario para que su madre y él pudieran salir del infierno de la guerra e instalarse en Austria… Tantas cosas que recordar. Cosas que se fueron y que ahora, una vez más, retornan.

En Europa vuelven a sonar las sirenas que alertan a la gente de un bombardeo inminente. Vuelven a sonar las explosiones y el tableteo de los fusiles de asalto y de las ametralladoras ligeras. Vuelven a sobrevolar los cielos los aviones de combate y de nuevo, acompañando todo eso, las pomposas declaraciones de los líderes políticos y de las organizaciones internacionales.

Sí, lo confieso, escucho a los políticos, a los líderes mundiales, al Secretario General de la ONU, a los representantes de la Unión europea y tengo ganas de echarme a llorar. Sí, tengo ganas de llorar porque recuerdo. Recuerdo como en julio/agosto de 1995 yo estaba de vuelta en España y no podía dar crédito a lo que veía en la televisión o escuchaba en la radio: ni la ONU, ni la OTAN, ni la UE hacían nada para impedir que los serbobosnios llevaran a cabo el exterminio de miles de hombres, mujeres, niños y ancianos en Srebrenica. Más de 8300 personas fueron fusiladas, torturadas y hasta enterradas vivas sin que en Europa hiciéramos otra cosa que declaraciones.

José Soto en Bosnia (1995). La niña se llamaba Mirnesa (cortesía de José Soto)

Los cascos azules holandeses que debían de proteger a los ciudadanos y refugiados de Srebrenica dejaron que los milicianos serbios actuaran sin freno. El comandante holandés, Thomas Karremans, hasta brindó con el jefe de los asesinos, el general Serbobosnio Mladic,  después de que este le pusiera delante un cerdo degollado y le dijera que así acabarían si no los dejaban tomar el enclave de Srebrenica. Un enclave que la ONU había declarado “Zona segura” y en donde, confiando en que Europa no permitiría la infamia de ver como se volvía a perpetrar un genocidio en su suelo, se habían concentrado miles de personas inocentes en busca de amparo.

No lo hallaron. Tan sólo encontraron muerte. Europa hizo lo de siempre: emocionadas declaraciones, amenaza de sanciones, manifestaciones del “No a la guerra,” encendido de velitas en las calles y cosas así.

Ahora, de nuevo, retorna la guerra. ¿De verdad que alguien podía creer que no lo haría? Alguna vez deberíamos de pedirle a nuestros políticos y a nuestros medios de comunicación que nos trataran como adultos. Desde 2014 era evidente que esto, una guerra general en Ucrania, iba a pasar y desde hace más de un año estaba claro que esa guerra era inminente.

Lo peor ha sido el juego de poder: Europa y la OTAN le han echado un pulso a Rusia y lo han perdido. Eso es todo. Sí, pero en ese “Pulso” se ha jugado con el futuro de un país soberano, Ucrania y lo que es peor, con la vida de sus 41.000.000 de habitantes. Para la UE y la OTAN es sólo un traspiés en su duelo con Rusia, para Ucrania es un desastre.

La historia es siempre un eterno retorno. Los romanos la tenían por la suprema maestra de la vida. Así es, la historia no es sino experiencia humana multiplicada por los siglos. Esa “maestra” demuestra, de forma desoladora, que la libertad sólo está garantizada si se dispone de la fuerza para defenderla y de la voluntad para hacerlo. Europa no tiene ni lo uno, ni lo otro.

Ahora, simplemente, se trata de calmar la conciencia de los europeos con el argumento de que Ucrania no está en la OTAN ¿Lo estaba acaso Kosovo? No, de hecho era parte de un país soberano, Serbia, y pese a todo eso, la OTAN intervino. ¿Por qué? Porque Rusia era débil y no podía proteger a Serbia.

Pero ahora Rusia ha demostrado su fuerza. Una fuerza apabullante: en dos días ha desfondado la defensa ucraniana y los ucranianos han aprendido lo que ya aprendieron los bosnios en Srebrenica: que no se puede confiar en las promesas de ayuda de Europa y la ONU.

Dentro de unos días todo habrá acabado. Olvidaremos a los muertos de Ucrania como olvidamos a los de Bosnia. Pero la historia retornará. Sí, y quizá, esta vez nos toque a nosotros. Mientras tanto podemos, o seguir haciendo declaraciones solemnes, o aprender de la historia: en 1938, en la Conferencia  de Múnich, las democracias de Francia e Inglaterra dejaron que la Alemania de Hitler se anexionara la región Checoslovaca de Los Sudetes y que despedazara Checoslovaquia. Algunos países como Polonia o como la recién nacida Eslovaquia, hasta sacaron también su propia tajada del final de Checoslovaquia y Chamberlain, el primer ministro inglés, regresó a su país entre aclamaciones por haber hecho “Triunfar a la diplomacia” y “Salvar la paz”. Al año siguiente, Hitler invadió Polonia y comenzaba la Segunda guerra mundial donde unos 50.000.000 de personas se dejaron la vida.

No creo que dentro de un año empiece la tercera Guerra Mundial, ni mucho menos. Pero sí creo que Europa debería de pensar que quiere ser mañana: si un espacio de libertad y seguridad o simplemente, un sitio donde hacer negocios y vivir bien. Si optamos por lo primero, deberíamos de ir aceptando que hay que contar con la fuerza necesaria para defender esa libertad. Dicho de modo claro: hay que gastar en defensa y hay que estar dispuestos a defendernos unos a otros.

Rusia ha dado una señal clara al Mundo: si se tiene la fuerza y la voluntad, se puede tomar lo que uno quiera. Rusia tiene su propia visión de la historia. Es orgullosa y sus ciudadanos están, en su mayor parte, motivados por esa idea de una Gran Rusia. Ante eso, Europa no tiene nada que oponer. Las sanciones, las declaraciones, las manifestaciones por la paz y todo lo demás podrán tranquilizar nuestras sensibles conciencias, pero no hacer frente a la tozuda realidad.

Ucrania es el eterno retorno de la historia. ¿Atenderemos su lección o haremos como hicimos en Múnich en 1938?

Mientras escribo esto, los carros de combate rusos aplastan las barricadas improvisadas en las calles de Kiev y esta noche, cuando caigan las sombras, sonarán las sirenas y las explosiones y Rusia completará su conquista de la capital de Ucrania. En unos días Ucrania tendrá un gobierno títere de Rusia y la ONU, la OTAN  y la UE harán hermosas y apasionadas declaraciones sobre la paz, la libertad y la maldad de la guerra. Espero que además de todo eso los ciudadanos de Lituania, Letonia, Estonia y Moldavia, amén de los de Finlandia, Polonia y Rumanía, cuenten con algo más y sobre todo espero que nos hagamos mayores, que seamos adultos y que aceptemos que la libertad, la democracia y la seguridad tienen un precio.

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