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En Aquisgrán, el orbe es mío.

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Tal día como hoy, el 23 de octubre de 1520 el rey Carlos I de España y V de Alemania fue coronado en Aquisgrán, sentándose sobre el Trono de Carlomagno. Era la primera de las tres coronaciones de un largo proceso que aún duraría 10 años más y que el convertiría en Emperador del Sacro Imperio Romano Gernámico.

En esta primera ceremonia que iniciaba todo el proceso se le coronó como rex romanorumRey de los Romanos, en la capilla Palatina de Aquisgram. Esta coronación lo convertía realmente en rey de Alemania. Recibiría las insignias imperiales, espada, anillo, orbe cetro.

Como curiosidad, ese mismo día, en Constantinopla, subió al trono Solimán, por la muerte de su padre Selim. Y como curiosidad también, se conserva en la Catedral de Sevilla la capa que el emperador usó en su coronación en Aquisgrán.

Trono de Carlomagno, en la Capilla Palatina de Aquisgrán, realizado en el año 790 con placas de mármol blanco traídas de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén.
En él se coronaron numerosos emperadores posteriores del Imperio Romano Germánico

Así nos lo narra Fray Prudencio de Sandoval, testigo y cronista:

«Contaré por menudo las ceremonias de la coronación, para que todos entiendan que si es grande la gloria del Imperio romano, no son menores las obligaciones que el Emperador tiene, antes, sin comparación, mayores. Porque se obliga y promete de impugnar y expugnar a las gentes de otra seta; destruir a los herejes que son contra la Iglesia; recuperar las tierras del Imperio; ser padre de los huérfanos y viudas que viven con pobreza; mantener igualmente a todos en justicia; morir por la fe católica; estar sujeto a la Iglesia romana; finalmente se obliga de defender y amparar a todos los católicos.

     Viniendo, pues, al caso, martes (que fue otro día de su entrada), en Aquisgrán a 23 de otubre del año 1520, a las seis de la mañana, los príncipes electores y todos los demás vinieron a palacio a acompañar al Emperador en la forma y manera que el día antes. El Emperador salió vestido de ropa larga de brocado, y un collar muy rico al cuello. Y de la misma manera vinieron todos gallarda y riquísimamente vestidos.

     Llevóle la falda Frederico, conde Palatino, y saliéronle a recibir en procesión los perlados. Tornáronlo en medio los dos arzobispos, el de Maguncia y el de Tréveris, vestidos de pontifical.

     Llegando así al altar mayor, el Emperador se tendió a la larga en las gradas debajo de una rica y gran corona de oro, que como una lámpara está pendiente. Y luego el arzobispo de Colonia (en cuya diócesi es Aquisgrán), después que cantaron la antífona Ecce ego mitto angelum meum, qui praecedat te. Que es: «Mira, yo te envío mi ángel que vaya delante de ti», que es lo que dijo Dios a su pueblo; dijo el verso Saluum fac regem nostrum Domine. Que es: «Salvad, Señor, a nuestro rey». Dijo la oración Omnipotens sempiterne Deus qui genus humanum, etc. Dicha esta oración, los dos arzobispos de Maguncia y Tréveris levantaron al Emperador y le pusieron junto al altar de Santa María, donde estaba puesto un muy rico sitial, y el Emperador hizo oración de rodillas. Comenzóse luego la misa, que dijo el arzobispo de Colonia (cuyo es el consagrar al Emperador); los ministros fueron el de Maguncia y el de Tréveris. Ecce advenit dominator Dominus et in manu ejus honor et imperium, etc. «Mirad cómo viene el Señor que manda, en cuya mano está la honra y el imperio».

     Dicha la epístola, los dos arzobispos quitaron al Emperador la ropa larga, que era a manera de casulla, y luego se tendió a la larga en cruz en las gradas del altar mayor y cantaron sobre él la letanía, y cuando llegaron al paso que dice: Ut obsequium servitutis nostra tibi racionabile facias. Te rogamus audi nos. Que es: «Suplicámoste, Señor, que te sea acepto el servicio de nuestra servidumbre». Levantóse en pie el arzobispo que decía la misa, y teniendo el báculo en la mano izquierda, dijo en alta voz: Ut hunc electum famulum tuum Carolum regere, benedicere, sublimare et consecrare digneris. Te rogamus audi nos. «Rogámoste que oyas lo que pedimos, que a este tu escogido siervo Carlos le rijas, bendigas, enlaces y consagres». Ut eum ad regni et imperii fastigium faeliciter perducere digneris. Te rogamus audi nos. «Que le lleves y guíes hasta ponerlo en la cumbre del reino y grandeza de imperio felicísimamente. Te rogamos, óyenos».

     Hecha esta ceremonia, el Emperador se levantó y el arzobispo le preguntó las cosas siguientes en voz alta, estando todos muy atentos:

     Vis sanctam fidem catholicis viris traditam tenere et operibus servare? «¿Quieres tener y guardar con obras la santa fe católica que se dio a los varones católicos?»

     Respondió el Emperador: Volo. «Quiero.»

     Vis ecclesiae, ecclesiarumque ministris fidelis esse tutor, et defensor? «¿Quieres ser fiel defensor y amparador de los ministros de la Iglesia?»

     Respondió: Volo. «Quiero.»

     Vis regnum a Deo concessum secundum justitiam, predecessorum tuorum regere, et efficaciter defendere? «¿Quieres defender el reino que Dios te ha dado, y regirlo según la justicia de tus predecesores?»

     Respondió: Volo. «Quiero».

     Vis jura regni imperiique, ac bona ejus dispersa injuste, conservare, et recuperare acfideliter in usus regni, et imperii dispensare? «¿Quieres conservar los derechos del reino y Imperio, y recuperar los bienes que les fueren usurpados, y disponer fielmente de ellos, en favor y augmento del reino?»

     Respondió: Volo. «Quiero».

     Vis pauperum, et divitum, viduarum et orphanorum aequus esse iudes, et pius defensor? «¿Quieres ser justo defensor y amparador de los pobres y de los ricos, y de las viudas y huérfanos?»

     Respondió: Volo. «Quiero.»

     Vis sanctissimo Iesucristo, Patri Domino Romano Pontifici, et Sanctae Romanae Ecclesiae subjectionem debitam, et fidem reverenter exhibere? «¿Quieres ser sujeto y obediente a Jesucristo, al Romano Pontífice y Iglesia Romana, y guardarle con toda reverencia la fe que se le debe?»

     Respondió: Volo. «Quiero».

     Acabadas las preguntas, los dos arzobispos de Colonia y Tréveris lleváronlo al altar. El cual puso un dedo de mano derecha y otro de la izquierda sobre el altar, y dijo estas palabras en latín: Hic volo, ut in quantum divino fultus adjutorio, et precibus fidelium christianorum adjutus valuero, omnia promissa fideliter adimplebo sic me Deus adjuvet, et Sancti ejus. Que es: «Aquí quiero y prometo de guardar y cumplir todo cuanto he prometido, ayudándome Dios y las oraciones de los fieles cristianos y santos de Dios».

     Esto hecho volvióse el Emperador a su silla. Y el arzobispo de Colonia, que le consagraba, dijo en alta voz en latín vuelto al pueblo: Vultis tali principi, ac rectori vos subiicere, ipsiusque regnum firmiter fide stabilire, ac jus sionibus illius obtemperare, iuxta apostoli praeceptum, scilicet omnis anima potestatibus sublimioribus subjecta est? «¿Queréis os sujetar a tal príncipe y gobernador, y fortificar fielmente su reino, guardar sus mandamientos según lo que dice el Apóstol y es precepto suyo, que toda criatura está sujeta a las potestades superiores?»

     Luego todos, a grandes voces, respondieron: Fiat, fiat, fiat. «Sea, sea, sea». Y porque el vulgo no entendía latín, dijo el arzobispo en alemán: «¿Queréis al rey don Carlos, que está presente, por Emperador y rey de romanos, y hacer lo que él os mandare?» Todos respondieron: «Sí, sí, sí».

     Después de esto el arzobispo de Colonia dijo en voz cantando: Domine Iesu Christe qui regum omnia moderaris, benedic tua salubri beneditione hunc regem nostrum Carolum. Que es: «Señor Jesucristo, que todas las acciones y cosas de los reyes riges y gobiernas, echa tu saludable bendición sobre este nuestro rey Carlos».

     Acabada esta oración y bendición, hincóse el Emperador de rodillas, y los dos arzobispos, el de Colonia y Tréveris, descubriéronle las espaldas (para lo cual iban ya las ropas partidas), y con óleo de catecúmenos le ungieron. Y luego las junturas de los brazos junto a los hombros, y luego los pechos, y luego las manos, y en lo último de la cabeza. Y en cada parte que le untaba decía el arzobispo: Ungo te regem oleo sanctificato, in nomine Patris et Filii, et Spiritus Sancti. «Úntote en rey con el olio santificado, en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo».

     Todo el tiempo que duró esta unción, cantaban en el coro: Unxerunt Salomonem Sadoch sacerdos et Natham in regem. «Ungieron por rey a Salomón el sacerdote Sadoch y Natham». Y a cada vez que acababan aquella antífona, decían todos: Vivat, vivat ex in aeternum. «Viva, viva el rey para siempre», que es lo que se dijo a Salomón cuando le coronaron por rey de Jerusalén.

     Cuando llegaron a ungir las manos del Emperador, dijéronle más palabras que en la bendición de los otros miembros, y fueron éstas: Ungantur manus istae oleo sanctificato, cum quo uncti fuerunt reges, et prophetae. Et sicut unxit Samuel David regem, ita sis bonus, et constitutus rex in regno isto super populum istum, quem dominus dedit tibi ad regendum, et gubernandum, ipse praestare dignetur, qui vivit et regnat in saecula saeculorum, amen. «Sean ungidas estas manos con el olio santo, con el cual fueron ungidos los reyes y profetas. Y como Samuel ungió al rey David, así seas buen rey constituido en este reino sobre el pueblo que te dio el Señor para gobernar, teniendo él por bien de conceder esto; que vive y reina en los siglos de los siglos, amén». En descubriendo cada parte de las que se habían de consagrar, antes que la ungiese decía el arzobispo: Pax tecum. «La paz sea contigo». Respondían todos: Et cum espiritu tuo. «Y con tu espíritu».

     Acabadas las unciones, los dos arzobispos llevaron al Emperador a la sacristía, y allí le limpiaron con algodones, y vistiéronle de blanco como a diácono, atravesada una estola desde el hombro izquierdo, hasta debajo del brazo derecho, y volvió a salir al altar y postróse en las gradas como lo hizo primero. Estas vestiduras fueron del Emperador Carlo-Magno y tiénenlas en la ciudad de Norimberga con mucha estima, que no sirven sino para este acto. Dichas ciertas breves oraciones, levantése el Emperador, y juntamente los tres arzobispos le dieron una espada desnuda, la cual fue del Emperador Carlo-Magno, diciendo estas palabras: Accipe gladium per manus episcoporum licet indignas, vita tamen, et auctoritate apostolorum sanctorum consecratos. «Recibe la espada por las manos de los obispos, aunque indignas, pero consagrados en la vida y autoridad de los santos apóstoles».

     Luego el arzobispo de Colonia le dio un anillo y le vistió una ropa, diciendo: Accipe dignitatis annulum per hunc catholicae fidei agnosce signaculum. «Recibe el anillo de dignidad y conoce por él el blasón o sello de la fe católica».

(NOTA: esa ropa es una Capa Pluvial, ricamente bordada, que se conserva y puede verse en la Catedral de Sevilla, donada por el propio emperador en 1526)


Capa Pluvial de Carlos V, usada en su su coronación en Aquisgrán en 1520, y donada a la Catedral de Sevilla en 1526

     Después de esto pusiéronle un ceptro real en la mano, y un mundo en la otra, diciendo: Accipe virgam virtutis atque aequitatis qua intelligas diligere pios et terrere reprobos. «Recibe esta vara de virtud y equidad con la cual sepas amar a los buenos y espantar a los malos».

     Dichas estas palabras, los otros arzobispos le pusieron la corona de oro del emperador Carlo-Magno sobre la cabeza, diciendo: Accipe coronam regiam ac regni licet ab indignis episcoporum manibus capiti tuo imponatur sanctitatis opus ac fortitudinis. «Recibe la corona real y del reino y sea puesta en tu cabeza por las manos, aunque indignas, de los apóstoles, obra de santidad y fortaleza».

     Luego, después de esto, lleváronle al altar, y puestas las manos sobré él, dijo: «Yo prometo delante de Dios y de sus ángeles que de aquí adelante conservaré la santa Iglesia de Dios en justicia y paz».

     Hecha esta promesa, lleváronle a una silla de piedra muy rica, de los reyes pasados, y sentáronle allí, diciendo estas palabras: Ita retine modo locum regni quem, non jure haereditario, nec paterna successione sed principum et electorum in regno Alemaniae tibique per eorum vota delegatio maxime per autoritatem, Dei omnipotentis. «Ten, pues, agora el lugar del reino, el cual se te da, no por juro de heredad ni paterna sucesión, sino por elección de los príncipes electores del reino de Alemaña, por cuyos votos principalmente se te encomienda por la autoridad de Dios omnipotente».

     En el tiempo que se hizo esta ceremonia estaban los del coro cantando esta antífona: Desiderium animae eius tribuisti ei et voluntate labiorum ejus non fraudasti eum. «Cumpliste, señor, los deseos de su alma y no le defraudaste en nada de lo que te pidió».

     Estuvo el Emperador sentado en aquella silla con la espada ceñida grande espacio de tiempo, y llegaron allí muchos gentiles hombres y se armaron caballeros. Y el Emperador dábales tres golpes en los hombros con la espada de Carlo-Magno, y desta manera quedaba caballero el que recibía los golpes.

     Tornando el Emperador al altar mayor prosiguieron la misa en que dijeron luego el Evangelio: Cum natus esset Iesus, etc.; y el ofertorio: Reges Tharsis, etc.. El Emperador fue a ofrecer, y los electores también. Y prosiguiendo la misa, al tiempo que dijo el arzobispo: Pax Domini; volviéndose hacia el Emperador dijo esta bendición: Benedicat tibi Dominus et custodiat te, et sic ut voluit super populum suum esses rex, ita in praesenti saeculo faelicem, et faelicitatis tribual esse consortem. Per Christum Dominum nostrum. Amen.

     Acabada la misa, el nuevo rey de romanos y electo Emperador volvió a su palacio con el mismo triunfo y majestad que había venido a la iglesia. Y como luego se sentase a comer, le sirvieron con la grandeza que se puede pensar, y los tres arzobispos que fueron en la coronación bendijeron la mesa.

     Comió solo el Emperador en ella. El maridial del Imperio sirvió de caballerizo, dando allí públicamente de come, al caballo en que el Emperador había andado. El conde Palatín sirvió de maestresala y trajo una pieza de un buey a la mesa que lo habían asado entero en la plaza y relleno de muchas aves, las cabezas de las cuales asomaban por las costillas. El conde de Limburg sirvió de copa que fue de una fuente que manaba por tres caños vino blanco y tinto, y trajo un tazón de ella.

     En la mesma sala donde comía el Emperador comieron los siete príncipes electores, cada cual por sí en mesa distinta, como fue costumbre, y asentábase, en haciendo el servicio que le cabía, a la mesa imperial.

     Acabada la comida salió el Emperador a la plaza, y en acto público dio al arzobispo de Maguncia el sello del Sacro Imperio. Otro día, que fue tercero después de la coronación, estando el Emperador y toda la grandeza de su corte en misa y los electores del Imperio, el arzobispo de Maguncia, puesto en el púlpito, declaró a todos cómo el Sumo Pontífice había aprobado la elección hecha en Carlos V y haberle dado título della.

     Armó el Emperador este día mil caballeros, obligando a que cada uno mostrase su nobleza y armas de sus pasados, so pena de perder la caballería.

     Y es mucho de notar que la coronación del Emperador en Aquisgrán fue en el mesmo día que se coronó en Constantinopla Solimán, el Gran Turco, por muerte de su padre Selin, que parece misterio favorable del cielo que el día que daban a un bárbaro poderoso, cruel y tirano, la espada contra el pueblo de Dios, en el mesmo se diese la imperial, legítima, católica y verdadera al mejor Emperador. y caudillo que ha tenido la Iglesia; por cuya virtud y brazo poderoso guardó Dios su Esposa, como aquí se verá. Y asimismo es de notar que Carlos V fue el onceno Emperador contando desde el Emperador Alberto, en cuyo tiempo comenzó la casa de los otomanos, y así fue Suleimen o Solimán el onceno de los príncipes de su sangre.

Solimán el Magnifico, Sultán Otomano de Constantinopla

     Acabada la fiesta de la manera que tengo dicha, el Emperador partió de Aquisgrán para la ciudad de Colonia, y con él algunos de los principales. Los demás se fueron a sus tierras. A 14 de otubre entró en Mastric, donde le recibieron cuatro mil soldados bien armados y de ricas libreas, regocijando la ciudad el recibimiento de su príncipe; y lo mismo hicieron en Lieja. Y siendo ya el mes de noviembre, fin del año de 1520, mandó llamar para la Dieta o Cortes que quería tener en la ciudad de Wormes de Alemaña, que estuviesen allí todos para 6 de enero del año siguiente de 1521, y él partió luego para allá con propósito de en siendo acabadas dar la vuelta para España, si acaso no le detuviesen los despachos y expedición del gobierno de aquellas partes.

    Este propósito con el suceso de su coronación escribió luego a todas las ciudades y pueblos principales de España, como parece por la carta que referí, escrita a Valladolid desde Wormes, donde llegó Antonio Vázquez con la embajada de los comuneros y despacho que dije; y el Emperador le mandó prender, que para él fue mejor, porque si por acá estuviera, corriera peligro, como los demás se vieron, de ser castigado.»

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