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Navidad en Zafra (Nazarí)

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CASTILLO DE ZAFRA, FRONTERA DE CASTILLA CON ARAGÓN. DICIEMBRE DE 1221.

Era de noche y llovía intensamente, pero el capitán hizo su ronda completa alrededor del castillo para controlar que el cerco fuera efectivo. Treinta hombres a caballo le acompañaban. Hacía frío y el agua pesaba en las ropas.

—¡Allí! —gritó uno de los caballeros

La vista del capitán no era demasiado buena y tuvo que fijarla unos segundos para poder detectar al hombre que se movía en la distancia. Entonces hizo la señal de avance y la pequeña tropa se puso en marcha, lanzas en ristre. El hombre, en cuento los vio, soltó el saco que cargaba y echó a correr sobre las piedras que delimitaban el camino. A pocos pasos divisaron tres carros cargados con toneles y sacos de alimen­tos. Varios hombres los descargaban para llevarlos a pulso hasta la fortaleza. También había cinco soldados que, al ver a los hombres del rey, valoraron sus opciones y decidieron echar a correr.

—¡Rápido, a los carros! Por detrás de las peñas, llevadlos al campamento. —El capitán señaló a varios de los suyos, que enseguida se pusieron en marcha.

La ronda dejó huir a los hombres del señor de Molina y se apresuró a regresar al campamento con la carga.

* * *

Una gota cayó sobre la cabeza de Lope Díaz de Haro, que tuvo que cambiarse de sitio por segunda vez. Ante la insistencia de la lluvia, la tienda real había cedido. El alférez del rey se pasó la mano por la calva y resopló con fuerza.

—Esta humedad me mata, se cala hasta los huesos.

—Por el norte vienen claros, no durará mucho —comentó Gonzalo Ruiz Girón, mayordomo del rey de Castilla. El noble, a pesar de su edad, aguantaba estoicamente los embates del mal tiempo y los rigores de la campaña.

Fernando III los miró a ambos, sus principales valedores en el gobierno del reino, una vez más junto a él para ayudarle I y aconsejarle. Fernando los había movilizado para someter a Gonzalo Pérez, señor de Molina, quien se había unido al señor de los Cameros en su desafío al rey y se había refugiado en el castillo de Zafra. El rey tenía que dar ejemplo para evitar que otros nobles se adhirieran a la causa del rebelde.

—Vais siendo mayores, voy a tener que dejar de contar con vosotros para estos menesteres —bromeó Fernando desde su asiento.

Estaba de un humor excelente. Corrían buenos tiempos para su reino. Las obras de la nueva catedral de Burgos habían comenzado y avanzaban a buen ritmo, los nobles rebeldes empezaban a verse arrinconados y hacía pocas semanas que había nacido su primogénito, al que había llamado Alfonso, en recuerdo de su abuelo, Alfonso VIII de Castilla, y de su padre, Alfonso IX de León. La reina Beatriz de Suabia se había quedado al fin embarazada y lucía una enorme barriga cuando insistió en acompañar a su esposo en la campaña contra el señor de Molina. Partió con él, pero al llegar a Toledo comenzaron los dolores del parlo. La tropa se detuvo hasta que tuvo lugar el alumbramiento. El heredero de Fernando III nació en la capital del antiguo reino visigodo, bendecido por los buenos augurios que todos creían ver en el cielo.

«En la noche del nacimiento una nube se ha encendido y todo el cielo ha resplandecido. Así iluminará Alfonso al reino de Castilla», había dicho un astrólogo y adivino musulmán que vivía en la ciudad.

—Mi señor, todavía me queda fuerza en los brazos partir en dos a un rebelde, o a un moro -repuso Gonzalo Ruiz Girón.

—No lo dudo, Gonzalo, y aprecio esos brazos a mi lado. Como los tuyos, Lope. —El alférez se enderezó y adoptó una pose orgullosa—. ¿Han llegado los suministros? —Llevaban días de asedio y la comida escaseaba. La tropa estaba formada por trescientos peones y más de ciento cincuenta caballeros con sus escuderos.

—Ha llegado menos de lo previsto, pero lo suficiente para quince días. Vuestra madre, que Dios la bendiga, lo ha dispuesto todo a la perfección —contestó el alférez—. También os traigo noticias de las rondas de noche. Han interceptado una recua de abastecimiento que pretendía llegar al castillo. Los carros están ya aquí.

Fernando se levantó de un salto y dio una palmada de alegría.

—Zafra tiene poco espacio para almacenar víveres. Si no entra nada en el castillo, no podrán aguantar mucho.

—Puede que ya estén en aprietos. La lluvia repondrá el aljibe, pero los alimentos… Ya se sabe, un ejército sin comida no tiene fuerza para sostener la espada —sentenció Lope Díaz de Haro.

—¡Excelente! Rezaré para que así sea.

Fernando III despidió a los dos nobles, se arrodilló frente al crucifijo de oro que le acompañaba en sus viajes y rezó con fervor para poder regresar pronto a casa.

Pasado el mediodía cesó la lluvia y, como recuerdo de las tormentas, quedó un fuerte olor a tierra mojada. A primera hora de la tarde un emisario de Zafra se acercó con una banda blanca cruzada en el pecho. Gonzalo Pérez, señor de Molina, quería parlamentar.

Nazarí (págs. 241-243), Mario Villén Lucena (Edhasa, 2020)

https://www.edhasa.es/libros/1212/nazari

https://www.mariovillenlucena.com/

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